Autor: Cristian Moyano, Miembro de ànimaL, investigador docente en Filosofía y doctorando en Ciencia y Tecnologías Ambientales en la Universidad Autónoma de Barcelona. Artículo publicado en la web de la revista Tribuna Maresme.
La propagación de nuevas enfermedades en la población humana es casi siempre producto de lo que se denomina transferencia zoonótica: cuando una infección salta de forma natural de los animales a los humanos. En este sentido, se puede decir que los virus “no entienden” de especies, porque a veces no presentan restricciones a la hora de alojarse en huéspedes de diferentes especies.
La historia nos guarda muchos ejemplos de este proceso de contagio vírico: la gripe española causada por una cepa del H1N1, el ébola que seguramente vino de comer un tipo de murciélago, el sida (VIH) procedente de comercializar y/o comer otros primates, la epidemia de las «vacas locas», la gripe aviar y porcina (también subtipo del H1N1), la enfermedad MERS resultante del contacto con dromedarios, el Zika transmitido por los mosquitos… A fecha de hoy, todo apunta a que el famoso SARS-CoV-2, de la familia de los coronavirus, proviene de animales comercializados en el mercado de Wuhan, concretamente de murciélagos o del pangolín.
¿Qué tienen en común estos ejemplos? Por un lado, puramente descriptivo, encontramos que son virus de los que nos hemos contagiado por tener contacto con otros animales portadores. Por otro, más deductivo, podemos concluir que a menudo el contagio por zoonosis podría evitarse si cambiamos nuestra relación con los demás animales. El salto que muchos virus hacen de una especie a otra está condicionado por factores como la proximidad o la regularidad del contacto, así que cada circunstancia de zoonosis crea una interfaz única en la que es más o menos fácil la transmisión de los virus entre diferentes especies.
Nuestras sociedades están inmersas en tradiciones culturales que giran en torno a un prejuicio antropocéntrico: nos creemos los dueños y soberanos de la biosfera. Nosotros tampoco “entendemos” de especies, porque no presentamos restricciones suficientemente cuidadosas a la hora de relacionarnos con los demás animales. No sólo ignoramos en gran medida las diversas particularidades de cada organismo vivo o los funcionamientos complejos de los ecosistemas, sino que no ponemos suficiente atención a cómo erigimos nuestra convivencia en el planeta con ellos.
Hemos basado nuestro desarrollo humano sobre el tráfico, el comercio, la alimentación y la explotación de otras especies. Esto puede provocar que las interfaces entre humanos y no humanos se vuelvan más estrechas y permeables, favoreciendo de esta manera procesos zoonóticos y consecuentes pandemias. Nos hace falta tanto una alfabetización biológica y ecológica más profunda, como un estilo de vida y unas políticas más éticas. Deberíamos respetar mejor las distancias entre especies: los monocultivos agroecológicos y la pérdida de biodiversidad reducen las barreras inmunológicas que frenan los contagios.
Durante los últimos siglos, la actividad humana ha invertido la distribución de seres que habitan el planeta. No es una repartición normal ni sana que sólo el 4% de la biomasa de los mamíferos y el 30% de las aves corresponda a la fauna salvaje, y que entre un 60 y 70% sean animales domesticados o ganado. Liberemos espacios naturales que han sido tradicionalmente oprimidos por la huella humana, que la biodiversidad prolifere. Dejemos de encoger la vida de murciélagos, primates, vacas, cerdos, gallinas y pangolines. Dejemos en paz y cuidemos con más justicia y veganismo nuestra propia vida. Quizás así podremos evitar la evolución de futuras pandemias.
Los increíbles fenómenos ambientales provocados por nuestro confinamiento social, por el paro repentino de nuestro metabolismo industrial acelerado, también pueden ofrecer otra reflexión sobre el vínculo entre una enfermedad propagada por zoonosis y los objetivos del veganismo (que defiende la ausencia de explotación de la vida). Fenómenos como el descenso precipitado de la contaminación o el retorno de la vida salvaje en áreas urbanas, también nos invita a preguntar: ¿cómo una pandemia puede acelerar el veganismo? Y es que si observamos que la naturaleza no humana aumenta su presencia y los ecosistemas funcionan mejor cuando bajamos nuestro ritmo de vida, ¿no deberíamos cuestionarnos cómo de sanas (o no) son nuestras conductas?
Para más información consultar:
- “El próximo Virus”, Jared Diamond & Nathan Wolfe https://bit.ly/2vGPVlp
- “No es el coronavirus, es la ética”, Núria Almiron https://bit.ly/2UdtI8b
- “El otro lado oscuro del coronavirus”, Peter Singer & Paola Cavalieri https://bit.ly/2UaI0Gs
- “The biomass distribution on Earth”, Yinon M. Bar-On, Rob Philips & Ron Milo https://www.pnas.org/content/115/25/6506
- “The proximal origin of SARS-CoV-2”, Kristian G. Andersen, Andrew Rambaut, W. Ian Lipkin, Edward C. Holmes & Robert F. Garry https://go.nature.com/2QF9BNV